ÉRASE UNA NARIZ PEGADA A UNA MANO por Sebastián Grimberg

Érase una nariz pegada a una mano

Cuento de Sebastián Grimberg

 

El padre cierra el diario y mira como su hijo colorea láminas sentado sobre el parquet del living. Se acerca al niño y le apoya la mano sobre la cara. Presiona levemente, a la altura de la nariz, y retira la mano con ligera violencia.

            –Mirá lo que tengo acá –dice al niño, mientras le muestra la yema del dedo gordo asomada entre los dedos índice y medio.

          –Mirá lo que tengo –insiste al ver que el niño continúa con la lámina, y le pone la mano enfrente de los ojos.

El niño observa esa mano que se agita frente a su cara. Intenta tomarla y el padre la retira.

            –No, no, no –dice el padre–. Tenés que adivinar qué es.

El niño quiere retornar a la lámina y a sus colores. El padre la aparta. Y vuelve a agitar su mano frente al niño.

            –Dale, adiviná –insiste–. ¿Qué es?

            – ¿Qué es? –pregunta al fin el niño.

            –Tenés que adivinar –dice el padre, visiblemente entusiasmado.

            – ¿Mano…?

            –No, no es la mano. Adiviná, adiviná qué tengo –canturrea el padre.

            –Caramelo…

            –No, caramelo te voy a dar si adivinás que tengo.

El niño mira a su padre en silencio. El padre continúa agitando la mano epilépticamente. El niño observa la mano como si fuera un objeto deseado que estuviera muy alto.

            –Tengo tu nariz –grita, triunfal, el padre.

– ¿La nariz? –pregunta el niño abriendo grandes los ojos.

–Acá tengo tu nariz.

– ¿La nariz?

–Tu nariz, tengo tu nariz –canturrea el padre.

– ¿Mi nariz?

–Sí, tengo tu nariz.

El niño se toca la nariz y vuelve a mirar la mano que el padre mantiene enfrente de él.

            –Tengo tu nariz, tu nariz –repite el padre.

            –Mi nariz  –dice el niño con voz congestionada, mientras se aprieta las aletas nasales.

            –Tengo la nariz del nene, tengo la nariz del nene –insiste el padre, mientras baila con la mano en alto.

El niño se pone de pie y camina hasta el cuarto de baño. Sube a un banquito para alcanzar el espejo. Se mira fijamente, gira la cara hacia un lado y otro. ¿Mi nariz?, dice en voz alta sin dejar al espejo. La voz del padre llega desde comedor.

            –Voy a vender tu nariz, se la voy a vender a otro chico. Un chico que nació sin nariz.

El niño continúa con la vista en el espejo. Se le humedecen los ojos. No demora en llorar a gritos. El padre llega sorprendido. Asomado su cuerpo dentro del baño, deja apoyada la mano cerrada en el marco de la puerta.

            –No, mi amor –dice el padre y abre la mano–, no tengo tu nariz.

– ¿No tenés?

–No, no la tengo.

– ¿Dónde está?

–La tenés vos, ahí. ¿No ves?

El niño, gimoteando, se vuelve a mirar en el espejo.

– ¿Dónde está mi nariz?

–Ahí, mi amor. ¿No ves? Tu nariz está ahí.

El niño mira la mano abierta de su padre y vuelve a mirar el espejo.

– ¿Dónde está mi nariz?

–Pero mi amor, está ahí. Yo nunca la tuve.

– ¿Nunca?

–Era una broma, mi amor.

– ¿Vendiste mi nariz?

– ¿Pero, cómo la voy a vender?

–A un chico, a un chico que nació sin nariz…

–Mi amor, era una broma.

– ¿Broma?… ¿Qué es una broma?…

            –Mirá, esta es tu nariz, ¿no? –dice el padre,  y vuelve a asomar la yema del dedo gordo entre los dedos mayor e índice. El niño mira la mano fijamente.

          –Acá tengo tu nariz, ¿no?

El niño afirma moviendo la cabeza, y los mocos le llegan a los labios. El padre apoya la mano sobre la cara del niño y presiona levemente.

            –Listo, ya está. Ya tenés de nuevo tu nariz –dice.

El chico deja de llorar. Su padre se pasa por el pantalón la mano llena de lágrimas y mocos.

            – ¿Viste que no era para tanto? –dice aliviado.

En el rostro congestionado del niño se dibuja una sonrisa. Se mira en el espejo, a través de los ojos hinchados, y dice:

            – ¿Y mi nariz? ¿Dónde está mi nariz, papá?

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