10 PREGUNTAS A ADRIÁN N. BRAVI

 

Nació en 1963 Buenos Aires. Desde hace treinta años vive en Recanati, Italia, donde trabaja como bibliotecario. En 1999 publicó su primera novela, escrita en español, y en 2004 hizo su debut escribiendo en italiano, con Restituiscimi il cappotto; a las que siguieron La pelusa (2007), Sud 1982 (2008) y Il riporto (2011), entre otras.

 

¿Cómo fueron tus comienzos en la escritura narrativa? ¿Te inspiró alguna persona o alguna situación en particular?

No sé bien cómo surgió. Tuve una infancia con pocos libros, pero desde los 17 o 18 años comencé a leer un poco de todo y en modo desorganizado. Pasaba, para darte un ejemplo, de Madame Bablaskiy o Max Scheler a Roberto Arlt. Terminada la secundaria conocí en la universidad de El Salvador al profesor Juan Pablo Martin, un grande estudioso de Filón de Alejandría, quien me introdujo a la filosofía. Estudié un año con él, después dejé, trabajé para juntar algo de plata y me vine a Italia. Me anoté inmediatamente en la facultad de filosofía de Macerata (Italia). Al cabo de mi licenciatura en filosofía, empecé a leer a los autores sudamericanos. Después de 10 años que llevaba en Italia publiqué una novela en Buenos Aires. Después de esta novela seguí escribiento pero en italiano. Hoy es la lengua que predomina y en la cual escribo. El italiano es, diría, mi segunda madre lengua. Si hay una situación particular, diría que es justamente ésta, poder usar una lengua que no es totalmente tuya y en la cual, aún hoy, me siento extranjero. Sentirse extranjero en una lengua y escribir en esa lengua lo considero casi un privilegio.

¿Existe un horario propicio para ponerte a escribir o cualquier momento del día es ideal?

Antes, cuando tenía más energía y estaba menos condicionado por los horarios, apenas me levantaba me ponía a escribir. Hoy en día, que tengo menos tiempo libre, trato de racionalizarlo al máximo y escribo en cualquier momento, sin un horario fijo. Lo ideal sería tener un horario preciso y hacer las cosas todos los días a la misma hora, como Kant, que sus vecinos sabían qué hora era cuando pasaba por la calle.

¿Cómo está ambientado tu lugar de trabajo y donde generalmente sueles escribir?

Vivo en una pequeña ciudad de las Marcas, cerca del mar Adriático. Vivo en una casa chica con mi hijo pero a pocas cuadras tengo un estudio donde me refugio casi diariamente. Tengo tres pequeños escritorios que forman una U. De una parte, un escritorio clásico, con cinco cajones, dos por lado y uno en el medio; en el medio, una tabla de madera sobre la base de una antigua máquina de tejér, una vieja Singer; y del otro lado, otra tabla sobre dos caballetes. En esa habitación tengo varios libros que acumulé con el tiempo.

¿Cómo surgió la idea de tu último libro “El árbol y la vaca”?

Es él último respecto a la Argentina, porque en italiano, después de “El árbol y la vaca” salieron otros tres y en febrero del 2019 sale otro que se llama “L’idioma di Casilda Moreira”. “El árbol y la vaca” nació, digamos así, de una alucinación. Resulta que a mi hijo, cuando tenía más o menos la edad de Adamo, el protagonista, digamos, unos diez años, lo operaron; fue una operación sencilla, aunque le dieron anestesia total. Se lo llevaron a la sala de operaciones sobre una camilla y cuando regresó estaba medio abombado, se reía solo y contaba cosas raras. Entre éstas me dijo que en la sala de operaciones había visto una vaca blanca que iba de un lado a otro. Pensé que podía haber sido una enfermera, una suerte de Ursula hernandiana, o un médico, vaya uno a saber. Desde esa imagen alucinatoria surgió la historia. Además, siempre mi hijo, en aquel entonces, se trepaba al árbol en cuestión, el que está en el libro, y se quedaba ahí arriba a dar vueltas, saltando de una rama a otra. Empecé a estudiar el árbol, que es un tejo, y todo lo que los antiguos pensaban sobre él, las leyendas y la concepción que se habían hecho. Uniendo todas estas cosas, más los conflictos familiares de amigos y míos también, nació la historia.

¿Qué estás leyendo actualmente?

Estoy leyendo “Faunas” de Patricia Ratto; una novela del noruego Tarjei Vesaas, “Gli uccelli” (Los pàjaros), que leo en italiano; y también estoy leyendo una novela de un autor italiano que se llama Marino Magliani que tengo que presentar en estos días.

¿Cuáles son tus autores preferidos y que recomendarías leer?

Acabo de leer Parménides de César Aira que me encantó. Recomendaría leer los ensayos de Silvio Mattoni, “El cuenco de plata”, por ejemplo, o las poesìas de Arturo Carrera. De los italianos recomiendo Ermanno Cavazzoni y Luigi Malerba. De Thomas Bernhard no se puede prescindir ni tampoco de otro italiano que es Giorgio Manganelli.

¿Algún libro al que volvés cada tanto o que te haya marcado?

Bueno, todos los libros de Borges, también los diarios de Kafka o “La montaña mágica” de Thomas Mann. Depende mucho sobre lo que estoy trabajando en el momento. En estos días estoy releyendo partes de los “Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente” de Alexander von Humboldt.

¿Lo mejor y lo peor de ser escritor?

Lo mejor es escribir. Estar adentro de una historia, verla surgir y pensar siempre en ésta. Lo peor es, una vez publicado el texto, tenerlo que presentar. Tengo dificultad a hablar en público y siempre me resultaron penosas y complicadas las presentaciones de libros.

Si tuvieras que elegir un personaje de ficción de algún libro para sentarte a charlar un rato, a quien elegirías?

Me gustaría charlar con Akakij Akakievič, el personaje de “El capote” de Gogol, aunque creo que no tendría mucho que decir, pero es un personaje que siempre me fascinó, como siempre me fascinó el escribiente Bartleby o el príncipe Myshkin de “El idiota”.

¿Existe algún libro famoso que te hubiera gustado escribir?

No, no creo, pero si tuviera que soñar con escribir un libro famoso, me gustaría terminar las “Almas muertas”, para que no quede incompleto. También sería interesante escribir un cuento que se llame  “Y.Y., autor del Quijote de Pierre Menard” y volver a escribir esos dos capítulos de la primera parte del Quijote que escribió Pierre Menard, sin pretender escribirlo tal y como lo hizo Pierre Menard en el siglo XX.

¡Muchas gracias Adrián por tus respuestas!