AUNQUE DUERMAN por Enrique Decarli

   

Aunque duerman

de Enrique Decarli

Abren la puerta y entran. Empapados, riendo. Ella cierra de un portazo. Se dobla contra la pared y larga otra carcajada. Él se tira en una cama, boca arriba: las dos manos sobre la panza.

—No puedo más —dice.

Desde la habitación vecina alguien chista. Poco a poco las risas se diluyen. Cada tanto alguno explota, ganado por el recuerdo, pero ya no es lo mismo. El hotel se abisma en silencio. Quedaron solos. Tienen que desvestirse y secarse. La habitación es fría.

—Voy al baño —dice ella. Y cuando quiere abrir se da cuenta.

—Dejame a mí —dice él.

Se levanta y se acerca. Baja el picaporte varias veces. Empuja con un hombro y la puerta no cede. Los dos, apoyados de costado, se miran bien de frente. Por la ventana llega música.

—¿Bailás? —dice él.

Ella intensifica la mirada y dibuja una sonrisa. Lo agarra de una mano y lo lleva al centro de la pista, porque ahora están, efectivamente, en el medio de una pista de baile. Las luces de colores, multiplicadas por la esfera de cristal se desparraman sobre ellos. Sobre las mesas vacías. Sobre las sillas. Las botellas y copas abandonadas.

Un mozo baldea descalzo. Un hombre viejo y harapiento, arrinconado en una esquina, toca la armónica bajo un sombrero que le tapa los ojos.

—Qué calor —dice él. Se saca la camisa mojada y la deja caer.

—Sí —dice ella. Se saca la musculosa gris pegada al cuerpo. El pecho de él se aprieta contra los pechos de ella. Los ventiladores de techo giran despacio. Al ritmo del blues. Al ritmo del mozo agotado por la noche de trabajo.

—Estás grande, hija —dice él.

—Sí —dice ella. Esconde la cabeza entre el cuello y un hombro de él, mientras las luces los envuelven. La música. El lugar casi vacío.

Al final de la canción están desnudos. Hablan del tiempo. De lo bien que vienen estas vacaciones.

—Pero estás grande —dice él, y ella vuelve a decir sí.

De pronto el mozo chifla. De un tirón corre las cortinas de un ventanal enorme. Afuera amanece y crece, hasta el mar, la playa blanca. Atraviesan la pista despacio, agarrados de la mano sobre el papel picado. De entre los dedos libres los dos a la vez hacen aparecer monedas. Ella las deja caer en las manos del mozo, que cuando salgan cerrará otra vez la cortina. Él, en el sombrero del músico. Que cuando el mozo cierre la cortina, volverá a tocar blues.

 

 

Glew,

31 de julio de 2009.

Pueden ver las 10 preguntas que le hicimos a Enrique Decarli, haciendo click aquí.-