10 PREGUNTAS A FRANCISCO CASCALLARES

ph: Wenceslao Cascallares

 

¿Cómo fueron tus comienzos en la escritura narrativa?

Siempre escribí. Crecí en los ochenta, en un lugar alejado y solitario de la provincia. Sin internet, sin compus, pero con bosques y bicicletas y casas abandonadas para explorar: un poco postapocalíptico, un poco E.T., nada que ver con Stranger Things. Había que inventarse cosas para pasar el tiempo, o el tiempo te devoraba. Yo jugaba y leía mucho, y a los ocho años escribí un primer libro (estilo Elige tu propia aventura). Desde ahí me pasé el resto de la infancia escribiendo ese tipo de novelas, sobre todo de aventuras, de ciencia ficción y de fantasía épica. Esa es la historia de origen; estoy tratando de hacer breve un tema que para mí es largo. No sé qué interés pueda tener para otras personas, pero acá es donde busco mis raíces cada vez que me olvido, así que no me parece de más mencionarlo.

A diferencia de casi todo el mundo, durante la adolescencia me dejó de interesar la escritura. Me dediqué más a la música y a leer.

Tuve un segundo inicio, a los 19, en Argentina y sobre todo viviendo en Italia, y me encontré con algo de lo que había dejado dormido. En Milán, era volver del trabajo a escribir horas y gastarme todo el sueldo en libros. En vez de viajar, escribía. Desde ese momento seguí escribiendo hasta ahora. Cine, cómics, cuentos.

Y tuve un nuevo arranque en una época que va de los 34 a los 37 años. El momento en que me dí cuenta de que no estaba escribiendo cuentos sueltos sino que había algo que los hacía ser parte de algo más amplio. De un libro. Mi primer libro. Siempre había intentado forzar escribir un libro y de golpe me dí cuenta de que, sin haberme dado cuenta, estaba con un libro escrito ya a medias. Que se convirtió en dos, luego tres libros, y en un proyecto en progreso de al menos cinco. Cada libro, descubrí que para mí surge del anterior.

Así que empecé a escribir muchas veces, y cada tantos años vuelvo a empezar. Pero nunca se empieza de cero. Pero siempre estoy volviendo a empezar.

¿Te inspiró alguna persona o alguna situación en particular?

¿A escribir “Un mundo exacto”? No sé si fue algo tan externo, aunque siempre influye lo que ves y de quiénes te rodeás. Al menos para mí, los cuentos salieron de alguna clase de examinación personal y hasta cierto punto incomprensible de dónde estaba parado en cierto momento de mi propia vida. Algo que me resonaba con mi presente, o un modo en el que estaba pensando en esa época en particular, me llevó a escribir cierto tipo de cuentos o a abordar un conjunto de temas o a modular ciertos tonos en vez de otros. Uno cambia con el tiempo y las circunstancias, y los temas y las formas y los tonos cambian también con las épocas de tu vida. Si ya no resuena con vos, el cuento está viejo, ya se pasó el momento de terminar de escribirlo. Digo que así me pasa al menos a mí, porque me lleva años escribir un cuento hasta que siento que está listo y que no tengo nada más para hacerle: si sigo siendo la misma persona, todavía puedo desear terminarlo; si no, es porque ya estoy examinando cosas diferentes. Eso cierra la inspiración de un libro, cuando ya abrió una inspiración nueva.

¿Existe un horario propicio para ponerte a escribir o cualquier momento del día es ideal?

Tengo un reloj biológico bastante cambiante, pero sé que en el día hay uno, o a veces dos, momentos de energía muy limpia, muy plena, y que en los demás momentos del día las cosas me demandan más esfuerzo. Trato de reservar ese primer momento limpio, el de la mejor energía del día, para escribir, y de ser muy cuidadoso de no pasarme de rosca. Normalmente es temprano, dos o tres horas por la mañana. Después de eso, freno. Hace muchos años, escribía todas las horas que podía, pero terminaba muy limado. También, tenía demasiada energía que ahora no tengo. Hoy, me gusta avanzar un poco cada día y dejarlo a donde llegue hasta el día siguiente, sin apuro pero con constancia diaria. Hemingway proponía hacer eso, dejarlo donde sepas dónde seguirlo al día siguiente, y ahora entiendo mejor por qué. A veces, tarde a la noche se me abre otro momento de estos, y si puedo lo aprovecho, aunque en general corrijo los cuentos o encaro otros tipos de escritura, o compongo canciones, o contesto alguna entrevista, como en este caso. Y si no, salgo y hablo con otros sobre lo bueno que está escribir.

¿Cómo está ambientado tu lugar de trabajo o donde generalmente solés escribir?

Escribo en dos lugares, en la misma laptop. Hace años que es la misma laptop, por el tipo de teclado que tiene; los dedos se familiarizan mucho más de lo que uno supone. Uno de estos lugares es el estudio donde dicto mis talleres, en provincia. Hay libros en todas las paredes, acumulación, uso: es uno de mis lugares favoritos en el mundo. El otro es en mi casa, en Capital, mucho más austero: un escritorio frente a una pared en blanco. Últimamente prefiero escribir en casa, así empiezo bien temprano y sin distracciones. Te mando fotos de los dos lugares.

Lo que sí, sé que siempre preferí escribir con una pared blanca enfrente y no, por ejemplo, con un paisaje de los techos de una buhardilla de París: me distraería, me querría ir de donde estoy, me tienta demasiado salir a caminar y perderme por ahí. Cuanto menos haya enfrente, mejor: más hay adentro.

¿Cómo surge la idea de “Un mundo exacto”?

Me resultaría mucho más fácil hablar de la idea si el libro fuera una novela: la mayor parte de las veces se puede resumir con su trama. Pero “Un mundo exacto” es un libro de cuentos, una serie de ideas que surgieron en tiempos diferentes y que cuentan distintas historias. Cada uno tiene su propia anécdota de origen.

            La idea que le da forma a un libro de cuentos suele ser más misteriosa. Pero ponerla en palabras siempre suena abstracto y hasta un poco inflado, un poco sanatero. A veces un libro de cuentos surge de poner distintos cuentos sueltos uno al lado del otro y darse cuenta de que algunos cuentos empiezan a hablarse entre sí: es un concepto unificador, una relación que se hace visible, algo que se intuye ahí. Lo que sé es que cuando llega la idea, a veces la mitad del libro ya está escrito, y es inevitable escribir lo que queda: ya estabas escribiendo eso desde antes sin saberlo. Al menos a mí me pasa bastante seguido así.

            En el caso de “Un mundo exacto”, es el tiempo, el gran problema del tiempo, que es la materia que sostiene a la narrativa y el problema esencial que la narrativa trabaja desde que existe. Los relatos enmarcados en otros relatos, que hacen que la realidad y la ficción se crucen y se mezclen, como pasa con la vigilia y el sueño. Los cruces de género, la percepción de la realidad, incluso cierta recurrencia o continuidad que se da en algunos de los personajes de este libro.

            Pero lo que siento que más concretamente funciona como eje en “Un mundo exacto”, como idea de trama unificadora, es una especie de rompecabezas o de novela que corre por detrás de los cuentos en conjunto –una novela apenas sugerida, eso sí, espaciada– sobre una época de la vida de un personaje. El libro incluye algunos cuentos que el personaje escribe en esa época, que van tocando oblicuamente una serie de momentos importantes de su vida de

¿Qué estás leyendo actualmente?

Compro libros compulsivamente, así que siempre estoy abriendo muchos a la vez. Acabo de terminar de leer Lo que trae la niebla, de Marcelo Rubio, un relato largo y quisiera decir perfecto, equilibradísimo, sobre algo que no se termina nunca de nombrar y que se posterga, pero que es el centro de todo. (Un poco como Kurtz en una de mis novelas favoritas, Corazón de tinieblas). Ese juego de equilibrios está en lo que se revela dentro de la novela, y en la forma en que Rubio la cuenta. Estoy releyendo ahora Los límites del control, de Yamila Bêgné, otro libro de una delicadeza y una imaginación descomunales. Creo que Bêgné hace con el cuento lo que quiere. Y le sale una y otra vez. Es para pararse a aplaudirla. Esa es mi mesa de luz hoy.

¿Cuáles son tus autores preferidos y que recomendarías leer?

Bueno, ya nombré Corazón de tinieblas, de Joseph Conrad. Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño, y todos sus cuentos. Esos libros nadie debería dejarlos pasar, me parece. Pero me parece a mí, claro. Todo el mundo debe tener esa clase de libros fetiche, y el fetiche es algo intransferible.

            Igual, hay algo que tengo con los favoritos. Soy muy malo para decirte qué diez canciones o gustos de helado o razas de perros favoritas tengo. No me sale pensar en términos de mis top ten. Tiendo a pensar que hay dos clases de favoritos: los idealizados (los fetiche), que te pegaron fuertísimo en un momento determinado de tu vida, y los reales (los actuales), que tienen que ver con el momento que estás viviendo y las cosas nuevas que te cruzás y la realidad de ese estante especial de tu biblioteca. Los favoritos reales cambian a lo largo del tiempo, son como los libros que releés durante una temporada, y son en el fondo los más prensentes. Por ejemplo, sé que en “Un mundo exacto” estaba leyendo muy fuerte a Haruki Murakami, y que en “Principio de fuga” estaba leyendo así de fuerte a Roberto Bolaño, y que en “Corazón y fin del mundo”, el libro que corrijo ahora y espero publicar el año que viene, leía de la misma manera a David Foster Wallace. Y que hay un sentido de construcción y de encontrarse a uno mismo en esa acumulación y en ese cambio.

            Y los favoritos ideales son los fijos, los que decís de memoria cuando te preguntan porque en algún momento te movieron o te pegaron de una manera especial y quedaron ahí grabados. Por ejemplo, yo sé que mi novela favorita fectihe es Moby-Dick, o que Romeo y Julieta me sigue enloqueciendo pero no por el amor sino por cómo está contada la historia. O que Robinson Crusoe y Diario de los años de la plaga están en todo lo que escribo. O que los cuentos de Kafka (pero no estoy seguro de todas sus novelas, aunque sí de sus diarios). Pero lo que veo ahora en mi estante de favoritos actuales es siempre muy diferente. Este año tuve mucha suerte.

¿Algún libro al que volvés cada tanto o que te haya marcado?

Crónicas marcianas, de Ray Bradbury, y el ya mencionado hasta el hartazgo Corazón de tinieblas. Un libro de cuentos de Haruki Murakami, El elefante desaparece, me hizo encontrarme un día con mi propio camino. Le agradezco eso, lo quiero por eso. A Moby-Dick, de Melville, y a Mientras agonizo, de Faulkner, vuelvo más o menos cada cinco años, pero leerlos todos los años sería gastarlos, arruinármelos. La novela gráfica basada en Ciudad de cristal, de Paul Auster, por encima de cualquier libro de Paul Auster. Sendas de Oku, de Matsuo Basho, a la vez un libro de poemas y una crónica de viaje y toda una novela escrita casi en paralelo temporal con Romeo y Julieta pero en la antípoda estética. El libro de la almohada, El amante (Duras), los cuentos de Stephen Dixon, de Amy Hempel, de Lorrie Moore, de Rodolfo Walsh, de Beckett, de Kobo Abe. Un cuento de Saer y unos cuantos de Cortázar. La lista es muy estrambótica para que tenga algún sentido fuera de lo íntimo.

            Somos una recopilación de todas las cosas por las que pasamos alguna vez, y esas siempre son historias, es decir sentidos, que dejan registros raros y en apariencia arbitrarios.

Si tuvieras que elegir un personaje de ficción de algún libro para sentarte a charlar un rato, a quien elegirías?

Sin duda, Kurtz. Me encantaría llegar al corazón del Congo Belga, que vaya oscureciendo afuera y pasarme la noche hablando con él. Estar a la altura de una conversación como esa, también.

¿Existe algún libro famoso que te hubiera gustado escribir?

Durante mucho tiempo, de más chico, pensé que ese libro era El señor de los anillos. Fui demasiado tardío para Harry Potter, así que Tolkien. Y una novela gráfica, que siempre estuvo entre Watchmen y Sandman, dependiendo del año. Por más mal escritor que sea Tolkien, le tengo una admiración que quizás es difícil de entender. Hoy hay un montón de libros que me hubiera gustado escribir, y siempre me topo con pedacitos de libros o ejes en libros que deseo para mí, así que siempre recuerdo a Barthes: él se dio cuenta de que cuando eso te pasa leyendo, te genera el deseo inevitable de escribir ese libro. Pero uno no puede escribirlo (y yo creo, tampoco elegirlo: solo identificarlo, dejarte fascinar): tu estilo está formado por tus limitaciones, así que siempre sale algo raro, deformado, propio, que siempre te va a dejar con un libro muy diferente. Ahí la rareza de una escritura, que es siempre la huella más interesante que posee.

 

¡¡ Muchas gracias Fran por tus respuestas !!